viernes, 18 de enero de 2013
Cuba: Del aguardiente casero al ron Santiago.
Con moneda dura puedes comer en restaurantes de Alcurnia como El Aljibe, Miramar o Los Nardos, frente al Capitolio Nacional. Fumar cigarrillos de más calidad. Y adquirir pacotilla de marcas registradas procedentes de China.
Tener tu casa decentemente amueblada. Nevera con carne de res y camarones. Y por las noches, darte el lujo de beber cerveza Heineken importada de Holanda o las nacionales Bucanero y Cristal.
También puedes adquirir rones con la etiqueta Havana Club o los fabulosos añejos Caney o Santiago, producidos en la otrora Bacardí, en la oriental provincia de Santiago de Cuba.
Tomar ron o cerveza es casi un deporte nacional. Cualquier evento, fiesta familiar o suceso es un buen pretexto para descorchar una botella. Mediante el ron, la gente desahoga sus penas amorosas o cotidianas.
Según cifras oficiales, el 45,2% de la población cubana mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas, con un índice de prevalencia entre el 7 y 10%. El alcoholismo y la prostitución son dos de los temas más abordados por los periodistas independientes.
La diferencia entre un borracho 'adinerado' y un borrachín de escaso poder adquisitivo es notable. Mientras generales y ministros disfrutan con tragos amplios de whisky escocés o Jack Daniel's Made in USA, los 'curdas' de barrio tienen que conformarse con el fulminante ron peleón, barato y a granel vendido en algunas bodegas.
El último escalón de un tipo que se precie de tener cierta cultura alcohólica, es tomar aguardiente casero. Lo peor de lo peor. Es el auténtico trago de los olvidados.
Se fabrica en una sórdida cuartería o casa de vecindad. El carbón industrial o el excremento de vaca sirven para refinar el alcohol de reverbero. Puro fuego. Saca lágrimas cuando baja por tu garganta. Apto solo para alcohólicos inveterados o suicidas en potencia.
El populacho lo clasifica con diversos nombres: Chispa de tren, Bájate el blúmer, Hueso de Tigre, Salta pa’atrás... Lágrimas negras es una combinación letal de alcohol boricado con colirio de Homatropina filtrado por un algodón.
Una botella de ese aguardiente infernal cuesta diez pesos cubanos. Y el exquisito ron Santiago, hoy el mejor de Cuba, vale entre 7 y 9.60 pesos convertibles, unos 175 a 230 pesos, casi la mitad del salario mensual promedio. Es 17 veces más caro. Razón por la cual muchos bebedores bajan a pulso el infame ron casero.
A la hora de beber alcohol, en Cuba no hay distinción de edad, raza, sexo, ideología o religión. No importa si se tiene más o menos nivel educacional y cultural. Los hay que son bebedores sociales. Empinan el codo con cordura y cuando están cerca de una borrachera, saben parar.
Otros beben como piratas. Botella tras botella, como si estuvieran batiendo un récord Guinness. Cada cual toma según las posibilidades de su bolsillo. El ron y la cerveza agradan por igual a intelectuales, disidentes, jineteras y militantes del partido. Según se rumora, al presidente Raúl Castro le gusta beber vodka. Ruso y preferentemente puro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario